Resplandor vivo y momentáneo producido por un choque entre nubes tormentosas cargadas de electricidad estática.
Se usa para expresar la extraordinaria rapidez con que una persona realiza una actividad, o una cosa produce un efecto.“Relámpago” intenta ser un resplandor vivo, súbito y fugaz que refleje algo de lo que nos preocupa, nos concierne o nos interroga en el cruce de diversos discursos: el del psicoanálisis, el de las artes, el de las ciencias, el de la política y el de la religión. Pretendemos hacer de “Relámpago” una plataforma donde las ideas se desplieguen, germinen, se reproduzcan, se entreveren. Generar un lugar de encuentro en la discordia de los lenguajes, a partir de un vacío central y de la condición de lo real que siempre escapa. De esta manera las autoras y autores, sirviéndose de su recorrido epistémico, intentarán el desafío que implica la espera de lo nuevo. Cada edición gira en torno a un eje. La frecuencia de la revista no será fija, por lo que su espíritu será más afín a lo vivo del deseo que a la inercia del automatón, dando cuenta de un trabajo en curso. Para este segundo número, elegimos el tema «La felicidad», como el eje central a partir del cual se podrán leer los aportes de cada uno de los invitados a decir algo de él. Escribir, hablar, leer, escuchar y dejarse enseñar, modos de aventurarse hacia un punto inédito. Bienvenidos queridos lectores, los invitamos a navegar nuestra publicación digital del Centro de Investigación y Docencia, (CID), perteneciente al Instituto Oscar Masotta,(IOM2).
Practicante del psicoanálisis.
Responsable local del Cid San Luis.
«El deseo fascina. El fascinus es la palabra romana para nombrar el phallós. Existe una piedra con un fascinus groseramente esculpido que el artista enmarcó en estas palabras: Hic hábitat felicitas (Aquí reside la felicidad)”
Sopesemos esta aseveración con la afirmación de Lacan: “no hay más felicidad que la del falo”. Agreguemos que, por la vía de la normativización de la pulsión en el registro fálico, pasaje del goce a la contabilidad y por ende a la posibilidad del ciframiento inconciente, no se halla otra felicidad que la paradojal satisfacción de la neurosis. Ni el portador, ni el posible receptor del don, acceden a la felicidad irradiada por el semblante fálico.
Otro sendero que la cita recorta conduce al deseo. Remarquemos la condición dialéctica del deseo, es decir, su origen y articulación en la estructura del lenguaje; las vicisitudes de su deslizamiento e impasses se vinculan a la inscripción de los acontecimientos en el devenir diacrónico. En el seminario sobre “La Angustia” Lacan piensa al sujeto, no solo, como efecto de la articulación de la cadena significante, sino, en función de la hiancia introducida por el objeto en su dimensión de causa. Arma un aparato de lectura clínico a partir de coyunturas yuxtapuestas en las que el objeto se presenta tanto en su dimensión de señuelo como en la de causa del deseo. El deseo se emparenta, así, con la angustia. Es la detumescencia y no la turgencia del órgano la que lo hace privilegiado para ser parasitado por el significante fálico.
“Algo que pertenecía a la felicidad se pierde en la cópula. En el amor más completo, en la felicidad misma, hay un deseo de que todo se acabe súbitamente en la muerte. Eso que acaba de desbordarse en la violencia del goce es superado por una tristeza que no es psicológica. Por una languidez que espanta. Lágrimas absolutas vienen a interponerse. Hay algo de la voluptuosidad que sucumbe”
El autor describe la erótica romana en una pendulación permanente que va de la felicidad, derivada de la fascinación fálica, encarnada en la voluptuosidad culmine del encuentro sexual, hasta el hastío (taedium) y la melancolía. Una dimensión no es sin la otra, entre ellas un amplio abanico describe una erótica de variados matices.
No detallaremos los estragos que derivan de una civilización que instala la felicidad como imperativo indialectizable. Pensemos al hastío y la melancolía como transmutados en las formas de un retorno que se presenta en esa degradación de la tristeza que la época llama depresión. En esta perspectiva propongo leer a Lacan en Yale que, con estilo irónico, y con un pragmatismo analítico no sin ética, afirmó: “Un análisis no debe llevarse demasiado lejos.
Cuando el analizante piensa que es feliz de vivir, es suficiente”
A.P. de la EOL y la AMP
Coordinador de la EOL Delegación Mendoza
Interlocutor de la Delegación Catamarca del IOM2
“Yo vivía en el bosque muy contento”
El oso. Moris
Dice Silvio Rodríguez en su hermosa y Pequeña Serenata Diurna; soy un hombre feliz y quiero que me perdonen los muertos de mi felicidad.
Siempre me gustó esa canción, pero me sorprende lo seguro que está Silvio de que es un hombre feliz. ¿Cómo lo sabe?
Hice un mínimo trabajo de investigación y pregunté a diferentes conocidas y conocidos sobre la felicidad. No qué cosa era ni cómo se sentía, sino la felicidad a secas.
En general me respondían cosas como: la felicidad es la sonrisa de mis hijos, la felicidad es viajar, la felicidad es compartir con los seres queridos, la felicidad es tener bienestar; alguien llegó a mencionar algo sobre la contemplación del amanecer en la playa. Parecían consignas de publicidad. Vivimos en un mundo infectado de indicaciones sobre cómo ser felices. Recetas, influencer, tik tok, chamanes de toda índole y tamaño nos explican la felicidad. Parece que no sabemos.
Hasta que escuché, detrás de una lata de cerveza, que la felicidad estaba sobrevalorada. Me acordé de Sara Ahmed que plantea en su libro La promesa de la felicidad “que el mandato de la felicidad actúa como una técnica disciplinaria que organiza nuestro mundo y direcciona nuestras vidas” (Ahmed 2019) y pensé que la felicidad se parece a una indicación que nos obliga a ir por determinados lugares, los aceptados socialmente, los acordados, los del consumo, los que ordenan y ponen reglas porque seguirlas nos garantiza cierta felicidad.
Salirse de la norma, de lo establecido, de los mandatos (familia, trabajo, reconocimiento, estabilidad) nos aleja del camino de la felicidad y quedamos por fuera, exiliados, parias, infelices. Entonces la felicidad es el premio, el reconocimiento, el pertenecer. Si no se logra, no se llega, no se consigue, es nuestra culpa por no estar lo suficientemente satisfechos, acomodados, dóciles, obedientes, adaptados.
Fui una obediente buscadora de felicidad por muchos años. Había algo que estaba mal en mí por no poder alcanzarla.
Hasta que un día descubrí que podía dejar de ser la meta. Que si la felicidad no era el destino, entonces podía moverme con más libertad. Infeliz sí, pero curiosa. Ya no era la felicidad mi búsqueda y pude empezar otras.
Con el tiempo me encontré con quienes también comparten esa manera de estar en el mundo. Una que no se ajusta del todo a las convenciones, que se parece más a resistir que a encajar. Una forma que va mutando, que corre, que vuela, que nada a contramano de la receta, de la palabra vacía, la frase hecha, el sentido común, de la producción incansable.
Silvio dice que es un hombre feliz y pide que lo perdonen. Yo hago lo mismo. Perdón por no ser feliz. Si lo hacen, están más que invitadas e invitados a ser infelices, quizá algo bueno puede ocurrir.
¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir
por su conducta, como fin y propósito de su vida?
¿Qué es lo que exigen de ella, lo que en ella quieren alcanzar?
No es difícil acertar con la respuesta:
quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla”.(1)
¿Somos felices? ¿Es posible la felicidad? ¿Cómo entender la felicidad, a partir de Freud y Lacan? ¿Felicidad es lo mismo que satisfacción? ¿Qué es lo que, en nosotros, logra satisfacerse?
Freud plantea en El malestar en la cultura que el programa del principio del placer impone esa finalidad a nuestra vida: el de ser felices. Pero para luego afirmar que ese plan “es absolutamente irrealizable”. Nuestra dicha está amenazada desde diferentes fuentes: nuestro propio cuerpo, el mundo circundante, las relaciones entre los seres humanos. Busca entonces evitar el sufrimiento y conseguir el placer por distintos medios, por diversos métodos que buscan influir sobre estas fuentes, pero todos ellos traen otros sufrimientos, son insuficientes, tienen paradojas y puntos de imposible.
La felicidad plena también se encuentra en jaque debido a nuestra disposición pulsional, nos dice Freud. No se trata solamente de las pulsiones del Eros, sino también de una pulsión de muerte autónoma. La vida anímica no solo está gobernada por el principio del placer. La experiencia muestra la existencia de procesos anímicos que no van acompañados de placer, sino que llevan al displacer y al sufrimiento; están más allá del principio del placer.
La cultura se edifica sobre la limitación y la regulación de todas las tendencias pulsionales, las del Eros y las agresivas; hay un antagonismo entre estas exigencias y las de la cultura. Ésta se vuelve un obstáculo para la satisfacción de nuestras mociones. Nos pide renuncias.
Sin embargo, ya en escritos anteriores, Freud había fundamentado una característica fundamental de la pulsión: la de ser una fuerza constante (2), sin día ni noche. Entonces, en su afán de satisfacerse, encuentra caminos, logra distintos destinos. Pero estos no siempre conllevan felicidad. Algunos ejemplos son el sentimiento de culpa y el síntoma. Ambos son penosos, pero siguiendo a Freud, no podemos afirmar que no impliquen satisfacción. Sólo que lo que es sentido como displacer en un sistema, en otro es vivido como placer.
Lacan, en el seminario 11, retoma la idea de Freud de la pulsión como fuerza constante que exige su satisfacción. Algo allí pone en tela de juicio este asunto de la satisfacción. Dice: “Es evidente que la gente, los pacientes con los que tratamos, no están satisfechos. (…) Y no obstante, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aún sus síntomas, tienen que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo que va en contra de lo que podría satisfacerlos. (…) No se contentan con su estado, pero aun así, en ese estado de poco contento, se contentan. El asunto está en saber qué es ese “se” que queda allí contentado” (3). Nosotros, siguiendo a Freud y a Lacan podemos decir que eso que se contenta, eso que finalmente encuentra su felicidad, es la pulsión.
La felicidad de la pulsión, pulsión de muerte, será clave para pensar la ética del psicoanálisis. Una ética advertida de que el sujeto no desea su Bien; y de que como dijo Lacan en Televisión, el sujeto es feliz a nivel de la pulsión.
Referencias
Lacan, J. Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Página 173. Ed. Paidós.
Practicante del psicoanálisis
Integrante de la Comisión del Cid San Luis