Resplandor vivo y momentáneo producido por un choque entre nubes tormentosas cargadas de electricidad estática.
Se usa para expresar la extraordinaria rapidez con que una persona realiza una actividad, o una cosa
Relámpago, resplandor vivo, súbito y fugaz que refleja algo de lo que nos preocupa, nos concierne, nos interroga, nos ilumina, en el cruce de diversos discursos: el del psicoanálisis, el de las artes, el de las ciencias, el de la política y el de la religión.
Pretendemos hacer de Relámpago una plataforma donde las ideas se desplieguen, germinen, se reproduzcan, se entreveren. Quizás así podamos tener un lugar de encuentro en la discordia de los lenguajes, a partir de un vacío central y de la condición de lo real que siempre escapa.
Asimismo cada edición girará en torno a un eje. La frecuencia de la revista no será fija, por lo que su espíritu es más afín a lo vivo del deseo que a la inercia de automatón,
dando cuenta de un trabajo en curso.
De este modo las autoras y autores, sirviéndose de su recorrido epistémico, intentarán el desafío que implica escribir.
Para este primer número, elegimos el tema: «La invención», ¿por qué? ¿para qué?
Escribir, hablar, leer, escuchar y dejarse enseñar, modos de aventurarse hacia un punto inédito.
¡Bienvenidos queridos lectores!
Si tomamos la cuestión de la invención, no podemos dejar de señalar que remite a un encuentro, a un buen encuentro. Sin embargo, eso ya estaba allí, tapado, velado, en un rincón etc. Y se produce el hallazgo en tanto que lo encontrado pertenece a un discurso. Podemos entonces preguntarnos cuáles son los posibles inventos que nos permiten el encontrar, en relación al discurso analítico. Una pregunta amplia a la cual podemos aproximar la respuesta, sosteniendo que el camino, el trayecto de la formación permanente, implica una sucesión de hallazgos que no necesariamente valen para todos. Es más, creo que se puede afirmar que son pocos los inventos que se acercan a ese ideal de tener un valor universal. Pero los encuentros con la invención necesitan, por así decirlo, generar el espacio para su producción, generar la posibilidad, que no es ni la rutina ni la tradición. Lacan, su enseñanza, es un claro ejemplo de esta posición de invención, de buscar y hallar en Freud, con su retorno, lo que permitió reubicar el discurso analítico. Es más, sus propuestas como el Cartel, el Pase y la Escuela, son dispositivos alejados de la tradición y la rutina, y ponen en juego, para cada uno, la posibilidad de la invención. Sería muy extenso particularizar en cada uno de los dispositivos nombrados, pero valga en común decir que los mismos permiten el estar por fuera del sentido común y esto es generador del hallazgo, pero a esa posibilidad hay que acompañarla con una posición que podemos sintetizar diciendo: no reducir lo que se encuentra a lo que ya se sabe. Ni que mencionar que en el proceso del análisis uno no tendría que suponer que se sabe lo que se quiere decir, cuando se dice. El analista, el deseo del analista, pone en juego una cierta suspensión del “sentido común”, y esto implica la posibilidad de la invención, del encuentro con la misma. Dicho de otra manera, inventamos de manera contingente.
¿Es necesaria la invención?
Ubiquemos la pregunta con Lacan, quien sostiene que la revelación del inconsciente nos enseña que no hay que inventar nada, pero que como sujetos, tenemos “La comezón de la invención”, y la tenemos justamente por la insistencia de lo real.
Entonces tenemos la orientación de que lo contingente nos abre la puerta al hallazgo de lo real.
No solemos reparar en ellas. Se trata de nimiedades que hacen la diferencia entre estar en la vida vivo, o estar en la vida, pero muerto. Por ejemplo, sacar el cuerpo de la cama, despegarlo del colchón, quitarle las sábanas y las frazadas que lo incitan a una continuidad de quietud y calma. ¿Cómo se hace eso, sacar el cuerpo de la cama, sino es sirviéndose de alguna buena excusa que lo arrastra más allá de la habitación y lo lanza de nuevo al devenir vital? Hay que llevar los niños al colegio, pagar las cuentas, llegar a horario al trabajo. Más de cien mentiras que valen la pena, dice el poeta. Bagatelas discursivas que están ahí, en el discurso corriente, a las que se adhiere por hábito, por flojera, fabricadas pre-a-porter para aliviarnos la existencia. Claro, si uno se decide a usarlas. Pero allí no hay invención, solo estereotipia y rutina de la debilidad mental que hace mundo.
La mayoría de los mortales hacemos uso de un repertorio de costumbres y tradiciones, que las volvemos herencia para enfrentar la incertidumbre. Nos apoyamos en eso. Replicamos gestos, repetimos ritos, hablamos con palabras y frases hechas. A veces pescamos esa rutina por el tedio que ella instila. Y fantaseamos con otra cosa. La deseamos.
Otros mortales eligen otra vía. Se salen del surco de lo establecido y se vuelven precursores, profetas, creadores, inventores. También locos.
Hace ya un tiempo Stefan Zweig, ese escritor austriaco amigo de Sigmund Freud, se preguntó por estas personas, y al estudiar sus vidas señaló algunos rasgos compartidos entre ellas. Para Zweig, las características personales que favorecen la invención se podían catalogar. Encontraba que ellas eran personas que estaban un poco fuera de sí (es decir, estaban un poco locas); que en ellas habitaba un dolor, un sufrimiento o un tormento interior; y que experimentaban un exceso o un éxtasis creador casi divino. Por último, advertía Zweig, eran sujetos que encuentran su única salida en la invención o en la creación.
Con esa mezcla un poco rara de afecciones y virtudes clasificadas en el inventario de Zweig, quienes las portan nos enrostran, sin saberlo que lo hacen, nuestra estúpida existencia, circunscripta a un sentimiento de retorno eterno de lo mismo.
Yendo más allá de los límites de su tiempo y a los marcos de referencia extendidos y sabidos, ellos, los inventores, los creadores, los locos, se atreven a escudriñar en ese agujero del que otros nada quieren saber. Y logran, algunas veces, poner en crisis los saberes de su época. George Cantor, fundador de la teoría moderna de los conjuntos y de los números transfinitos, o Julius von Mayer, quien formuló el primer principio de la termodinámica, resultan nombres propios donde se conjuga la invención científica y largas temporadas en el loquero. En el arte, desde Jackson Pollock a James Joyce, volvemos a encontrar el mismo coctel que Zweig supo formular.
Tomar el sesgo de emparentar la invención con la locura no es nada ingenioso, pero subrayarlo resulta atinado por dos razones.
La primera es que destaca el costado positivo, creativo o reconstructivo que anida en la locura (¿no decía Freud que el hombre normal es aquel que, no solo obedece a la realidad, sino que en el mismo movimiento intenta transformarla?), para contrabalancear la prensa negativa que ella tiene desde tiempos inmemoriales.
Por el otro, destacar este lazo de locura e invención, de locura y creación, resulta un hecho político en este tiempo de mayorías “políticamente correctas”, en donde prima la cultura de la cancelación para engorde de la moralina, en las que un León Ferrari y su “La civilización occidental y cristiana” y Marina Avramovich y su perfomance “Rhythm 0” quizás ya no sean posibles, si el empuje a pasteurizar el arte se acompaña del programa civilizatorio de diseñar hombres mediocres (Ingenieros dixit) y de eliminar todo rastro de aquello sinthomático, ergo disruptivo, único lugar donde una singularidad puede asomarse.
Ante la invitación a producir un escrito sobre “la invención”, surgió mi pregunta sobre el significado de la palabra. Según la RAE significa acción y efecto de inventar; cosa inventada; engaño, ficción; parte de la retórica que se ocupa de cómo encontrar las ideas y los argumentos necesarios para desarrollar un asunto. Etimológicamente viene del latín inventio y significa “acción y efecto de venir una idea, hacia adentro, creación, descubrimiento, innovación”
Entonces, ¿cómo sería esto desde el psicoanálisis? ¿De qué invención se trata allí? ¿Por qué el parlêtre debe inventar?
Es a partir del encuentro, siempre contingente, entre lalengua y el organismo que se produce un agujero, un troumatisme; es cuando lalengua “toca a cada uno como esa cámara de reverberación, y en esa contingencia hay troumatisme”, ante el cual el parlêtre ubica allí algo para taparlo, el Uno en más dirá Lacan, el oso de peluche (Hun-en-peluce).
“Todos inventamos un truco para llenar el agujero (trou) en lo Real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce traumatismo (troumatisme). Uno inventa. Uno inventa lo que puede”
Es por eso que cada uno inventa algo, lo que puede, para darle un sentido a eso que no lo tiene, a eso que no se puede escribir, a eso intolerable para cada uno y a eso que también angustia.
¿Cómo inventa el parlêtre? Con el síntoma, con el fantasma, con los objetos que ubica allí, “habrá objetos sustitutos de esa falta, lo cual significa que ésta, en sí misma, llama a crear objetos.” Es decir, que el parlêtre trata de taponar ese agujero con un truco que se inventa, para poner algo allí y de esa manera soportar lo insoportable.
Sin embargo, en el transcurso de un análisis, ese agujero se va exfoliando, poco a poco. Ya no sirve eso que en algún momento posibilitó un lazo con el otro o un modo de hacer, por lo tanto, es necesaria la invención de un significante nuevo. “¿Por qué uno no inventaría un significante nuevo? ¿Un significante que no tendría, como lo real, ninguna especie de sentido? Eso sería fecundo… Eso consiste en servirse de una palabra para otro uso que aquel para el cual está hecha, uno la retuerce un poco, y es en este retorcimiento que reside su efecto operatorio.” De esta manera, ese significante nuevo, sin sentido, fecundo, retorcido, es lo que posibilita un nuevo modo de saber y hacer con lalengua, ya que implica un nuevo uso. “Lo único que se puede hacer con lalengua es convertirla en una obra.” “Esa invención es una obra. Esa obra arraigada en el sinthome es lo que Lacan denomina escabel; lo escribió S.K.Beau. El ser hablante necesita un escabel, un suplemento para hacerse valer”
Entonces, ese significante nuevo, nueva invención, escabel, permite un hacer posible con la contingencia y dejar permeable el agujero del troumatisme, para que así se airee y sea poroso, permitiendo extraer lo vivo de cada Uno.
El arte lleva la delantera para iluminar fugazmente aquello que no puede encerrarse en concepto alguno. En el medio decir de una breve obra de Pascal Quignard parece sostenerse lo femenino tal como lo va bordeando Lacan al final de su enseñanza. La propuesta a la que los invito es a escuchar el último relato de los cinco que se engastan en “Princesa, vieja reina”.
Este libro trenza historias y detenciones de la protagonista que va surcando tiempos y personajes. Contiene indicaciones de danza, vestuario, desplazamientos y gestos. Una mujer va desvistiendo y vistiéndose en una danza de la que son parte distintos trajes. Una voz da cuerpo a distintas escenas en esta obra que no imaginamos encasillar en un sólo género. Así fue llevada a escena.
Al final de la misma, el personaje muta en la escritora Georges Sand quien, en la Francia del siglo XIX, objetaba las costumbres usando ropas masculinas y no firmaba sus escritos como Aurora, el femenino nombre de pila con el que la habían llamado.
Una rasgadura en su historia, la muerte de su padre al caer de un caballo, la arrojó frente a un abismo que, como imán, no dejó de atraerla. Si el caballo desarzonó al padre de Aurora, es este mismo actor de la trágica caída quien salva del torrente a la protagonista de un cuento que Georges escribe. Sin embargo, el magnetismo de las profundidades mudas del agua sigue siendo poderoso para el personaje y su escritora. El nombre de la habitación con que cercó el momento en que recibió la trágica noticia de su padre fue “la Ausencia”. Allí se retiraba a escribir y a leer, anudada a ese arreglo que había inventado para ex-sistir, desplegándose entre sus dos nombres.
Si hay invento es del lado del S(/A); es prescindiendo del Padre. Si hay invento es sin género, aunque utilice para ello las vestiduras hechas de género, como en la obra, que son semblantes que cuentan lo contable de las historias: sus nombres, su época y los avatares de sus enlaces y desenlaces. Velando lo desvestido e inatrapable de la sexualidad y la muerte, esos semblantes-vestidos son arte y parte del asunto. Pero no todo. Lo contingente sale al encuentro cada vez amarrado a un nuevo movimiento, a otra palabra, a otro cuento dentro del cuento y algo cesa de no escribirse.
Poco importa si es el nombre de mujer con el que fue recibida al nacer o con el de la varonil firma que llevan sus libros para que otros la lean. Lo que importa es que es desde ese otro nombre que se hace otra para sí. Lo femenino está fuera de la lógica de los discursos de género, es lo que agujerea esa lógica. No es el nombre, no es eso. Es lo que ese nombre que ella se inventa señala: lo más singular, lo hétero, lo fuera de género. Eso “otra para sí misma” es lo que podemos señalar de lo femenino, la diferencia radical de cada humano y con ello se hace un invento con lo que no tiene arreglo.
Es desde ese nombre que se crea más allá del Padre, del significante, que puede bordear el vacío, la hiancia irreductible que se excusa en la traumática caída. Escribe y lee una y otra vez la iteración de su singularidad, va al centro del lenguaje y enlaza con los otros como escritora. En el litoral del discurso amo de la época, su invento, “su modo de presencia se da entre centro y ausencia” (Lacan 2016, p 118). Como un libro que nunca se abre en la misma página, los trazos dejan la marca escurridiza de lo que no cesa de no escribirse.
En la última escena de esta obra, no-toda teatro, no-toda danza, no-toda literatura, ella lee en las palmas abiertas y vacías de sus manos un libro. Podríamos decir que, como en un sueño en el que se sueña soñando que sueña, el mismo Quignard, en su creación de Georges Sand, escribe algo acerca del modo que eligió para exiliarse en su silencio.
-Lacan, J (2019) Seminario 19 …o peor. Paidós
-Quignard, Pascal (2021) Princesa, vieja reina. Cinco cuentos. Interzona
Fragmento del cuento Princesa, vieja reina de Pascal Quignard (2021 [2015]). Interzona Editora. Buenos Aires. Página 55 al 59
Música: Frederic Chopin – Nocturne No. 1, Op. 9; Nocturne No. 2 in E-flat Major, Op. 9, No. 2
Voces: Myriam Caminos. Joaquín Garraza
El vacío. Allí donde hay que colocarse para escribir, según Clarice Lispector. Allí donde nos ubicamos incluso antes de nacer. Porque es condición necesaria para existir habitar una falta en ser, irreductible e inherente. La inscripción de un vacío es lo que posibilita la constitución de un sujeto, es un hecho de estructura, y por ello se asume una relación perenne con un objeto perdido
Objeto que es siempre reencontrado, pero que engaña, pues siempre se trata de otra cosa, y no de eso. Por lo tanto, ¿qué contiene ese objeto? Siempre el vacío, la falta. Es lo que permanece. Vicio del sujeto, inherente a su estructura y aquello con lo cual algo debe “saber hacer” para no estar embebido en la angustia del troumatisme.
Hay ciertas marcas que tejen la existencia y de ese lado queda lo escrito. El saber inventado se trata del modo en que enlacemos las letras, marcas del encuentro con lalengua, marcas que ya hay y que no pueden ser borradas ni nada puede crearse, pero con lo que algo se puede hacer, incluso ser leídas de diferentes maneras. En otras palabras, se puede hacer algo con ese agujero que no sea padecerlo, buscando las respuestas a la no-relación-sexual. Aunque no todo sea plausible de ser inventado, existe la posibilidad de hacer arte para darle otro ordenamiento a esas marcas y que dicho artificio, quizás sutil, pacifique la existencia, lo que saca al sujeto de ese goce “autista” y permite un lazo con el Otro. Hacer invención, hacer arte sirviéndose del agujero, como el alfarero que crea una vasija a partir del mismo (Lacan, 1959/1960); como Joyce hace uso del enigma en su obra literaria y produce la emergencia de un litoral entre la escritura y la lectura; como Schreber en su elaboración delirante de “ser la mujer de Dios”.
La hendidura que existe entre el amante y el amado nos lleva a pensar en que sólo hay encuentros amorosos contingentes y sintomáticos. Real ante el cual también hay algo de lo artístico por hacer, es decir, hay invención en el amor. Sabemos que la pena de amor siempre se cantó: “…rojas y verdes luces del amor prestidigitan bajo un halo de rouge, ¿Qué sombra extraña te ocultó de mi guiño?, que nunca oíste la hojarasca crepitar” (L. Spinetta, 1976). Otros hacen poesía: “Puedo darte mi soledad, mis tinieblas, el hambre de mi corazón.” (Borges, 1934). En la Edad Media existe la creación poética de los trovadores para la dama, por ejemplo. Sophie Calle hace una exhibición artística tras el “cuídese mucho” terminal de su amante. Raúl Zurita se reapropia de lo traumático y del horror de la dictadura escribiendo sobre rocas de paisajes e incluso sobre el cielo. Frida recupera su propio cuerpo fragmentado pintando sus cicatrices, y así, reparándolo. Artistas danzando tango, discurso que se baila y que bordea con sus pasos y letras el agujero del desencuentro.
Hay un “saber hacer” específico del artista con el síntoma, un saber-hacer sinthome y un saber-hacer de la sublimación que posibilita construirse un escabel. Por lo tanto, “Invención: ¿por qué?, ¿para qué?” Podría pensarse que se trata de un saber hacer, arreglos con la relación sexual que no hay, tratamiento del desgarro, del desencuentro, para poder sostener un amor por la vida y que ésta no sea sólo un trámite hacia la muerte.
Referencias