La teta asustada

“Quizás algún día / tú sepas comprender / lo que lloré, lo que imploré de

rodillas / a esos hijos de perra. / Era de noche gritaba / los cerros

remedaban / y la gente reía. / Con mi dolor luché diciendo, / a ti te

habrá parido / una perra con rabia… / Por eso le has comido tú sus

senos. / Ahora pues, trágame a mí. / Ahora pues, chúpame a mí, / como

a tu madre. / A esa mujer que les canta / que de noche la agarraron / la

violaron. / No les dio pena / de mi hija no nacida. / No les dio

vergüenza. / Esta noche me agarraron, me violaron / no les dio pena que

mi hija / les viera desde dentro. / Y no contentos con eso, /me han

hecho tragar / el pene muerto / de mi marido Josefo. / Su pobre pene

muerto sazonado / con pólvora. / Con ese dolor gritaba, / mejor mátame/

y entiérrame con mi Josefo.”

(Canto de Perpetua. Traducción subtitulada  en castellano del original en quechua.)

 

El amor, el odio y la segregación se manifiestan, conviven en esta película, en tanto que Fausta es una mujer y una mujer Quechua, lo cual implica una doble situación de vulnerabilidad en una sociedad fuertemente patriarcal, clasista y colonial como es la sociedad peruana, en donde se lleva a cabo la misma.

Como se describe de manera dolorosa en el canto de Perpetua, su cuerpo de mujer y de mujer indígena, fue cosificado, encarnando la exclusión, la segregación; ella fue violada, maltratada y abusada. Y su hija Fausta  en varios momentos de la película también muestra esta segregación.

Por momentos Fausta es invisibilizada, no sólo en su familia sino desde otra institución como Salud, esto se describe claramente, en la escena que el médico le cuenta el problema de salud que tiene Fausta a su tío, allí se puede ver a dos hombres que opinan sobre el cuerpo de Fausta, sobre la vagina de Fausta, sin ella estar presente, sin ella poder opinar, sin ella poder decidir. Nuevamente aquí se repite esta idea de mujer cosificada. Y en donde su tío y el médico están legitimados socialmente para hacerlo.

Si pensamos que los cuerpos cargan marcas, en el caso de Fausta se pueden ver cargas políticas, sociales y culturales, en tanto que desde su comunidad indígena se cree que ella está afectada por una enfermedad que le transmitió su madre como víctima del terrorismo, a través de la leche, le transmitió su miedo, padece el mal de “la teta asustada”. Y esta marca corporal determina a Fausta, su lugar, su posición al interior de su comunidad.

Entonces podemos pensar que  los cuerpos son lo que son en la cultura. Características de los cuerpos significadas como marcas por la cultura distinguen sujetos o se constituyen en marcas de poder.

Y esto me lleva a recordar lo que propone, Judith Butler (2002)  los discursos “habitan cuerpos”, que “ellos se acomodan en cuerpos” o, todavía más contundente, que “los cuerpos en verdad, cargan discursos como parte de su propia sangre”.  Es decir, no se pretende, negar la materialidad de los cuerpos, sino lo que se enfatiza son los procesos y las prácticas discursivas que hacen que aspectos de los cuerpos se conviertan en definidores de sujetos.

La materialidad de los cuerpos se construye en un entramado, en redes de poder. En Fausta se puede ver una marcación simbólica y física, definida de manera genérica en tanto, ella se encuentra en una situación de desigualdad, de vulnerabilidad por ser mujer Quechua.

No obstante es dable pensar al cuerpo como proyecto, en constante movimiento, en donde se construye y reconstruye,  dejando espacios para la resistencia, y esto es lo que muestra Fausta al final de la película, en donde pudo cumplir con su deseo, tan resistido, tan luchado a lo largo de la película, como es el poder llevar el cuerpo de su madre muerta a la aldea a la que pertenece, y lo que se plantea de manera simbólica, la planta de papa con sus flores, el florecimiento como una idea de perdón, de reencuentro consigo misma.

Por lo tanto aún en un sistema patriarcal, misógino y androcéntrico, que nos propone una determinada performance genérica,  las mujeres tenemos la posibilidad de construirnos en cuerpos en fuga , proponernos otra forma de estar en el mundo,  romper los límites, las fronteras y los bordes para comenzar a construir nuevas alternativas, diversas y múltiples. Permitirnos ser otras sujetas, distintas, pero, sobre todo, libres.

Lic. Gabriela Perez

 

De las numerosas aristas que podrían elegirse para poder pensar esta película peruana de 2009, me voy a quedar con aquellas que a mi me impactaron en su proyección.

La primera tiene que ver con la presencia de la música, que en ella no es banda de sonido, sino texto y sonido que se incrusta en la trama al punto de que es una película musical, aunque no en el sentido del género o del tipo musical.

Esa presencia inquietante me recordó que la música acompaño como ninguna de las otras artes dos de los acontecimientos mas importantes de los últimos siglos: la conquista de los pueblos de América por parte de los europeos, y el exterminio nazi. De hecho, algunas tesis -por caso, la de Lourdes Turrent- apoyándose en documentos históricos arguyen que el elemento musical fue el más apto para realizar la conquista del territorio americano.

En “El odio a la música”, Pascal Quignard sostiene la tesis de que es imposible no oír: se puede cerrar la boca, los ojos, el esfinter anal, pero no se puede no oír. Un oír que en su deriva etimológica nos lleva al obedecer. Entonces: ¿podemos no obedecer a la música?

Perpetua (¡vaya nombre!) le canta a su hija Fausta (los apelativos no están elegidos al azar) sobre su llegada al mundo, un arribo signado por la traumático. Fruto de una violación, Fausta sufre de la teta asustada, leyenda que designa el pathos que portan las criaturas que han sido concebidas en una violación o que sus madres fueron maltratadas durante la lactancia. Fausta hace carne ese relato cantado del sufrimiento materno, teniendo a disposición una versión de lo masculino que es sinónimo de espanto. Digamoslo de otro modo: Fausta se deja conquistar por esta versión cantada de su madre, y el territorio de su cuerpo se vuelve tierra yerma, en la crecen solo una papa incrustada en su vagina, obstáculo putrefacto que intenta detener la posible intromisión de lo que para Fausta representa algo más podrido que ese tubérculo: un hombre.

La segunda arista que quisiera subrayar, estrechamente enlazada con esta presencia de lo musical, es la relación estragante que se establece entre ese madre y es hija  perpetuamente sufrientes.

En un contexto donde uno puede encontrar los signos de una cultura patriarcal y machista, la película se centra en mostrar las desventuras de una relación que ni la muerte al parecer puede conmover.

En un texto llamado “La madre, apuntes lacanianos”, Marcelo Barros nos dice:

“El infans en poco tiempo hace la experiencia de que se le habla a él, y se habla de él, pero sin que pueda comprender que se dice o que se le dice. Por ello el sujeto nace paranoico. Hay una hostilidad en el mundo del lenguaje, de esa lengua materna en la que estamos inmersos.

Por ello algunas personas necesitan ser adoptadas por otra lengua que no sea la de la madre para constituirse como sujeto (…) Pero es solo en la trama de enunciados que la enunciación materna puede cavar un lugar en el que se inscribe la pregunta por el deseo. Eso se da cuando somos recibidos por los consuelos de la leche humana, como dice San Agustín. Pero esa leche no es el alimento material, sino que es sobre todas las cosas, la buena leche del Otro. La leche habla del deseo. Y la buena como la mala leche es una cuestión de enunciación y no de enunciado.” (pgs.  34/35).

Les recomiendo esta película que hace a la trama identitaria de nuestra patria grande, porque encontraran en ella muchas perlas para entretejer en un rosario de reflexiones.

 

Jorge Rodriguez

CID San Luis

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