Las perras negras y el caos tienen su poesía
“Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia.
También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo”.
Rayuela. Julio Cortázar
…y existió un día en que los relojes se derritieron como en aquella pintura de Dalí y la persistencia de la memoria con su antojada variación e inconsistencia, no encontró en el bolsillo ni un resto de ficción para llevarle a la boca al sentido, que desbaratado, lloraba su hambre. A eso llamaba Macedonio Fernández un “tropezón conciencial”.
Su inexistencia radical es efímera, pero hay la subversión sobre el sentido común a partir de un caos, y como consecuencia la posibilidad de percibir el carácter convencional y arbitrario de un mundo aceptado como incuestionable. Se me antoja extraer del caos su función poética, por un lado como anagrama de cosa, la cosa como emblema del vacío y por otro lado aquella que rechaza la confianza que engendra el sentido común, que hace adolecer las determinaciones más anquilosadas, donde el pasaje a lo plural en su amplificación, recupera versiones en detrimento de la una versión, absurdo por excelencia perfumado de solemnidad.
El cuestionamiento sobre el sentido de las perras negras es tan aceptable como lo es el caos para el orden supuesto. Hay una dimensión inédita para la época que oferta su consecuencia y la hace radicar en ofrecerse a la comprensión inmediata convocando la complicidad del sentido. Advertidos por Miller que dice que “cuando nos hacemos comprender, el resultado es que nos hacemos tomar por estúpidos” cabe la idea de que comprender y dar sentido frenéticamente nos ubica en la misma dimensión. Una posible salida es soportar la versión de lo ilegible, que nos pone a salvo de los “dictados del sentido común”, en la frase de Joyce, sin impugnar sus dificultades. En consonancia con esto, quizás convenga contagiarse del distanciamiento, no me refiero al social sino al distanciamiento del sentido, el que se hace con el uso de las palabras en su función comunicacional y utilitaria, donde el fracaso, como sabemos, es rotundo y su alternativa posible sería regirnos por el “movimiento pendular que va del sonido hacia el sentido” al decir de Paul Valéry.
Hay más verdad en un dicho aconsonantado que en unas palabras pretendidamente sabias, como leemos en la escritura de Cortázar que anuncia que “las palabras son esas recayentes deplorables, como los buñuelos fríos, que son la recaída clavada”.