N soñó en días de cuarentena que le decía a su analista que el dios Pan -según lo había leído en algún lado- encarnaba el impulso sexual sin límites, eso que “no se puede controlar¨.
Desde muy jovencita, y para resguardarse de las miradas de los hombres, N practica el culto a Dios (nótese la mayúscula), se vistió “como se visten las mujeres de Dios”, se casó con un hombre que también cree en Dios, “Dios es como un gran padre” dirá. Su vida y sus actividades que giran en torno a este padre parecen estar “cuidadosamente ordenadas”. Pese a ello algo se escurre, pasa de costado a ese filtro religioso, y este personaje mitológico se ubica ahí -justo ahí!- en esas coordenadas. La etimología, de la cual no hay que fiarse, nos dice que el significante pánico encierra por un lado su relación con dicha deidad, y por otro lado con el hogar de Pan; parece ser entonces que adentrarse en la casa de este fauno trae consigo ese sentimiento que escapa a la homeostasis y al placer. N demanda el análisis a partir de sentir “bronca y pánico” frente a una mujer que “se maneja como quiere”. N siente “cierto rechazo” por esa mujer y también, en el sueño, por ese dios; a su vez dice no poder dejar de imaginar a las ninfas y al fauno embebidos en gozo dionisíaco, y quiere entender qué significa esta presencia que la inquieta, quiere investigar si él las ama o simplemente “es algo sexual y nada más”.
Ni el inconsciente religioso ni los dioses paganos ni los analistas parecen cuarentenearla.