¿Todo cambió?
Desde que comenzó el aislamiento obligatorio (elijo no decir social, quiero creer que no es social), pasé días
enteros “conectada”, distribuyendo las horas del día entre clases, exámenes, escritos, voluntariado, donaciones,
videollamadas; resultó agotador. Entonces, me impuse trabajar de lunes a viernes y ocupar el “fin de semana”
en otras actividades en un desesperado esfuerzo por ordenar un tiempo que transcurría; porque como sabemos:
Permanecer y transcurrir, no es perdurar, no es existir; y yo quiero existir.
En medio de ese esfuerzo, me aboqué a ordenar mi espacio de trabajo, dediqué un buen rato a mis libros. La
vorágine de la cotidianeidad había obligado a Marx a permanecer apretado entre dos Borges, Tute dibujaba en
un dudoso libro de historia argentina, Dolina charlaba con Sábato (creo que sin demasiado éxito) y Foucault
vigilaba y castigaba a la Maga mientras ella jugaba a la Rayuela. Todo esto, entre otros encuentros bastante más
raros que permanecerán ocultos porque -al igual que en la vida- en la biblioteca, no todo hay que contarlo. Con
el esmero que suelo dedicar a empresas de este tipo, fui buscando lugares nuevos y más convenientes para todos
ellos: intenté acercarlos por supuestas afinidades buscando que se sientan cómodos, elegí colores y tamaños,
privilegié a los más queridos y di lugares preponderantes a los que vinieron de manos amigas. En un acto de
honestidad, separé a los “extranjeros” porque confío en mi buena voluntad para devolver por ejemplo un
Feinman (obvio, el bueno). Y para finalizar distribuí entre ellos algunos objetos llenos de simbolismo… un
pañuelo blanco, la foto del Ché, una imagen del primer voto femenino, recuerdos, una postal de mi ciudad.
Estaba todo listo, todo armoniosamente “ordenado”.
Cuando creí terminada mi maravillosa obra (jaja) -que en el fondo sólo era motivada por un intento de
ordenar el afuera esperando que repercuta en el adentro- en unos de esos libros encuentro una foto de papá y el
abuelo, solo ellos, justo ellos… y este encierro que no sabe disimular ausencias.
Sigo tratando de ordenar-me… aquel hallazgo puso de manifiesto que las angustias son las mismas que antes
de este encierro, las tristezas siguen ahí, los dolores siguen doliendo ¿y el deseo? Sigo ordenando y buscando
palabras… Orden y palabras para este tiempo que transcurre entre la incertidumbre y la angustia. Con ayuda
(porque aún en el encierro aparecen esos otros que ayudan) surgió una: desamparo… creo que esa es la
palabra… Incluso para los que estamos atravesando esta situación en casa, con algún ser querido, con nuestras
necesidades cubiertas, trabajando desde una pantalla, en “contacto” con los nuestros; este momento nos muestra
que estamos desamparados.
Quizás eso sea lo único para “sacar” de esta pandemia, quizás sea lo único para “aprender”. Este desamparo
pone al descubierto nuestra vulnerabilidad… nada cambió… ya nos sabíamos movidos por la falta, vulnerables,
impotentes. Pero esta ausencia de “otros” nos lo grita en la cara…
Puse la foto en mi rincón, quizás para sentirme menos desamparada, hasta que volvamos a encontrarnos.