“El enigma del deseo. Sócrates, Zucchi, Lacan”.
IOM CID San Luis. Seminario Clínico Anual. 5ta Clase general, a cargo de Daniela Fernández (AP de la EOL y la AMP). 12 de agosto de 2022.
La docente ubica el vocabulario central de Lacan en el Seminario 8: objeto de deseo, castración, falo simbólico y transferencia. Y propone una llave de lectura: el comienzo del capítulo XVI (donde Lacan comenta el cuadro “Psiche sorprende Amore”, del pintor Zucchi) y el final del XVII (donde propone la función gran Phi del significante fálico como significante en la transferencia).
Al investigar la pareja del cuadro, Psique y Eros (como hizo antes con la de Alcibíades y Sócrates), a Lacan la pareja que le interesa es la pareja analítica, la de las relaciones del alma con el deseo. El tema es la transferencia articulada con el deseo del analista.
La transferencia es uno de los conceptos fundamentales del Psicoanálisis y núcleo de nuestra experiencia. Lacan critica el uso que hacen los post- freudianos ya desde su Seminario 1. Cuestiona el término “relación analítica” y le opone los términos “disimetría” y “disparidad”; conduce la transferencia del eje imaginario al simbólico, el eje sujeto tachado-A, que comporta el significante fálico. El gran Phi como significante en la transferencia es un elemento perturbador porque introduce una hiancia, una disimetría entre sujeto tachado y A, entre Psique y Eros, entre Alcibíades y Sócrates, entre analizado y analista.
Daniela continúa su recorrido comentando la lectura lacaniana del cuadro de Zucchi, que es un pintor manierista que abandona el arte de imitar la naturaleza para practicar un arte artificial. La representación pasa a ser una expresión de una idea del artista. Se desplaza el interés del “qué” se representa al “cómo” se representa. Al igual que el manierismo, Lacan ya no cree en la buena forma, hay algo irrepresentable. Lacan con Zucchi introducen el elemento perturbador que va a desbaratar toda armonía (el gran Phi, el significante fálico que él piensa como significante en la transferencia).
Sobre el mito representado en la pintura hay un solo texto escrito, que es el de Apuleyo (escritor romano del siglo II), incluido en su libro “El asno de oro”.
Lacan analiza el mito en tres tiempos lógicos:
- La felicidad de los dioses, infinita e insondable, que Psique conoce cuando en el castillo, aislada de los seres hablantes, acepta las condiciones del dios del amor. Es el momento de la relación sexual existente.
- Cortocircuito mental, que tiene que ver con atar cabos. Las hermanas entran al castillo con el significante y arman la construcción fantasmática.
- Psique franquea el paso fatal, instante en que nace como sujeto tachado del significante.
El cuadro refleja el complejo de castración, recorta el punto del nacimiento del alma. Psique empieza a vivir como sujeto tachado cuando el deseo que la colmaba huye de ella. La felicidad se acaba, el amor se evapora y comienzan sus desgracias. En la lectura que él hace, recorta dos elementos.
El primer elemento es el ramo de flores, al que llama “el centro mental visual” del cuadro. El falo es un órgano que no vemos. Lo que Psique percibe no es el falo sino una divergencia, una discordancia entre lo que esperaba ver (el monstruo de su fantasma) y lo que encuentra (otra cosa); hay un desfasaje.
Detrás del ramo no hay nada. Lo que ella está a punto de cortar desapareció antes, condición para que pueda transformarse en significante. La paradoja del complejo de castración es que el órgano es transformado en significante. Lacan hace referencia a que el órgano es desmontable y podemos poner en su lugar otros objetos. Zucchi no introduce el ramo de flores para cubrir el pene amenazado de Eros, sino para cubrir el punto preciso de una presencia ausente, de una ausencia presentificada.
El segundo elemento es el rayo de luz. En la versión de Zucchi, Lacan advierte que lo que hiere a Eros es un rayo de luz (por la oblicuidad del trazo). No se trata de una gota de aceite como en la versión de Apuleyo. Es la mirada de Psique arrancando el velo fálico y haciendo surgir el objeto pulsional mirada como causa del deseo, y así se desvanece; es decir, ella colma el significante de A tachado.
El deseo está articulado al sujeto tachado. Liga el deseo del sujeto con el deseo del Otro. El deseo reenvía al inconsciente, a ese Otro que desea en mí y en el que no me reconozco. A la pregunta “¿qué soy?” la sustituye la pregunta “¿qué me quiere?” dirigida al analista, del cual se espera un oráculo. El modo en que la neurosis colma la pregunta por el ser consiste en dirigir al Otro una demanda de amor. No hay posibilidad de desear sin pasar por la demanda de amor, cuya insatisfacción es constitutiva del objeto de deseo.
El sujeto en análisis se pregunta “¿qué me quiere?”, pero el deseo del analista debe ser una x, debe permanecer enigmático (es una salida del juego de la demanda). Corresponde al analista impedir que el analizante se responda a la pregunta por el ser, conmover o impedir la cristalización de éstas respuestas. Porque cuando lo hace (por ejemplo, “soy un niño”) es el yo el que habla. Así, interviene la falta de significantes (s de A tachado, el significante que falta en el Otro- que no está completo).
El analista es aquel que sabe mantener la pregunta por el ser el tiempo que sea necesario. Será el deseo del analista como deseo del Otro lo que posibilite el discurso del inconsciente, operando por medio de la interpretación.
Interpretar el deseo es señalar, apuntar, privilegiar lo que se presenta como hiancia. Como Lacan lo hace en el cuadro, que encuentra la ausencia en la presencia, ese punto de divergencia entre lo que ella esperaba ver y lo que finalmente vio, porque detrás del ramo no hay nada.
Como lo enseña “El banquete”, el amor, la transferencia, se despliegan en el marco de una suposición de saber. Aquel a quien le dirijo el amor, supongo que tiene en su interior un objeto precioso. La suposición de saber es correlativa del fantasma que sostiene que el Otro posee el objeto precioso (no es el S de A tachado). Sócrates hizo bien en no caer en la trampa, al significarle a Alcibíades que el objeto no estaba allí (como tampoco está entre las piernas de Eros). Así, Sócrates hace surgir un lugar vacío para reenviarle a Alcibíades su propia pregunta.
Entre analista y analizado, entre amante y amado, entre Sócrates y Alcibíades, entre Psique y Eros no hay ninguna coincidencia. Lo que falta a uno no es lo que está escondido en el otro.
Eso indica la introducción del falo perturbador, es el falo que inscribe una falta. A partir de todo esto podemos postular que, si en la transferencia hay repetición, se trata de la repetición de esa falla, de ese fracaso, a condición que haya un analista analizado que opera con su falta, con el S de A tachado.
Reseña. Eliana Escudero – IOM CID San Luis