Guadalupe Amadeo Calviño

¿Y si no es el coronavirus… si somos nosotros, idiotas?

Es innegable que estamos viviendo tiempos inéditos. Inmersos en ellos, intentamos formular hipótesis para apalabrar la incertidumbre que nos generan. Esbozos de relatos que vamos armando colectivamente en rondas alrededor de un pequeño fuego hasta que la noche cese y abra el día después de esto donde podamos volver a ¿qué normalidad?

Entonces ese virus invisible que acecha es, aún, algo de lo que podemos hablar. Y vaya si lo hacemos… no se habla más que de eso de lo que no se sabe desde hace días y días. Cada quien, singularmente pone poner a rodar esa angustia mediante las defensas, cauces, arreglos que se haya podido inventar. A aquellos para quienes la presencia de lo real venía más ligada a una experiencia de catástrofe interior, la acechanza externa de una amenaza y de un discurso común que la nombre “para todos” puede apaciguarlos, remedar algo del lazo que los incluya. Hay quienes se lanzan a un furor solipsista del “cuidado de sí” (que recuerda a aquellos versos de Almafuerte: “Todos los incurables tienen cura/ cinco segundos antes de la muerte”). Algunos, se constituyen en policía vecinal y construyen una posición moral/ sacrificial desde la cual disimular sus más destructivas pasiones… Y así… No podemos generalizar la suposición de “trauma”.

Cabe preguntarse por el acontecimiento: ¿si la pandemia fuera el acontecimiento, punto de no retorno a partir del cual lo que se pone en juego fuera si podemos o no ir más allá de nuestro circuito repetitivo de goce?

Pero ¿qué está en juego? ya hemos vivido lo que colectivamente implica al nivel de la cohesión social imaginaria la creación discursiva de un “enemigo externo”. El resultado es la metáfora bélica de la “lucha contra…”: hoy contra el coronavirus; mañana, a través de procedimientos higienistas masificados para la detección del ciudadano potencialmente peligroso… Claro: todo “enemigo” es íntimo, de ahí la velocidad de la propagación, menos del COVID-19, que de las formas desatadas del odio en nombre de las mejores intenciones. El refuerzo de los mecanismos de segregación, disciplinamiento y control es una de las previsibles consecuencias lógicas a las que lleva esa metáfora, de las cuales habrá que estar advertidos.

¿Y luego…? Retomo la pregunta inicial ¿a qué “normalidad” deseamos volver? Conviene recordar aquello de “no hay progreso…”, que como se ha dicho por estos días, queda evidenciado en el desconcierto actual del discurso de la ciencia. Conviene, también, perseverar, al menos para quienes tenemos el deseo decidido de hacerlo, en la lectura sobre qué tiene para enseñarnos nuestra reacción al coronavirus/ confinamiento/ pandemia y los discursos que la encarnan, sobre nuestra forma de goce y nuestra singularidad.

 

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