Silvina Bigolín

Un texto no definitivo”

Muchos nos cobijamos en el refugio que hallamos a mano: la poesía, la música, la pintura, el trabajo, las series, las fantasías, la escritura, o circulamos por ellos… y esto de escribir me hizo pensar en lo q dice Clarice Lispector: “Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. […] Peligro de revolver en lo oculto y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío”. El vacío, si. Allí donde a muchos nos ha dejado posicionado este real. La relación con el mundo se vio obstaculizada, la renuncia al mundo fue como soltar amarras y naufragar hacia la isla que cada uno descubrió o simplemente se topó. El afuera se escurrió, como los relojes de Dalí, y cobró otra dimensión. El interior se convirtió en exterioridad y la retracción libidinal fue repentina, al igual que en un duelo.

El duelo es una de las últimas barreras que podemos levantar para no encallar en la locura o la muerte. Allí resistimos, a veces nos desanimamos y quizás desempolvamos otros duelos pendientes, aquellos que nos olvidamos con las exigencias del día, porque la colonización nos hizo creer que, si no entramos en la vorágine, el tren se nos va. Y ahora “son aquellas pequeñas cosas, (las que) como un ladrón te acechan detrás de la puerta, te tienen tan a su merced, como hojas muertas”, como canta Serrat.

Así quedamos muchos, como estar elaborando un duelo, intentando volver a vivir y que en cada minuto se abra camino entre las ruinas, y de a poco dejar de hacerlo solo al ras de la supervivencia, quizás pasar a conservar la vida, pero con un poco más de dignidad subjetiva. “No te arredres. La ergástula es oscura. La firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro puede haber una luz, una hendidura” dice Borges. Encontrar esa hendidura, hallar algo del deseo, algo que vuelva a pulsar, de vez en vez, porque si hay algo que aprendí es que el deseo, como el amor, no tienen garantías de eternidad. Al igual que la vida misma.

Silvina Bigolín

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