«Tecnología al servicio del control».

ARKANGEL

Este capítulo versa sobre la relación de una madre (María) que se relaciona con su hija (Sara) desde un comienzo a partir del miedo y la fusión. La primer escena la muestra acostada en la camilla de un hospital mientras médicos le están practicado una cesárea.

Angustiada, se culpabiliza por no haber podido pujar más. La bebé nace pero no llora inmediatamente, siente que algo terrible pudo pasarle. Segundos después los médicos logran que la niña respire y largue el llanto. Recién en ese momento María respira y se tranquiliza.

Nada se sabe del padre de Sara. La única figura masculina que interviene en la crianza de la niña, es su abuelo. Con él comparte el dibujo y la pintura.

Sara es una niña curiosa por el mundo que la rodea. A los tres años visita el parque y, mientras su mamá se sienta en un banco y se posiciona como espectadora, Sara aprovecha para jugar. María se distrae unos segundos, y tras no verla entre los toboganes, se aterroriza, y desesperadamente emprende una búsqueda, alertando a todos los vecinos del lugar.

No se deja contener. Cuando finalmente aparece, María se aferra a ella entre llantos y lamentos como si hubiera estado al borde de la muerte, mientras que repetidamente le pide perdón por despistarse unos segundos.

Este hecho empuja a la madre a acudir a la tecnología con el fin de asegurar la “protección” y “paz interior” tanto de ella como de su hija – discurso que sostiene a lo largo de toda la historia para justificar la intrusión a la privacidad de su hija-. Se le implanta un chip en la cabeza mientras es capturada/hipnotizada por la imagen de una pantalla. El proceso es indoloro e instantáneo.

Este dispositivo le posibilita a esta mamá miedosa el monitoreo constante de su hija por quien teme: ubicación exacta, signos vitales, y ver lo que está viendo, pero la función más polémica de Arkangel es el filtro parental, que provoca una mancha y un sonido indescifrable con el fin de ser un velo protector que encierra a la niña sobre sí misma, evitándole cualquier tipo de situación estresante o peligrosa, imponiendo la norma del adulto ya no a través de la palabra sino convirtiéndose en lo que se podría llamar “super yo electrónico”.

Esta decisión es cuestionada por su propio padre, quien desconfía que sea “sin costo”, sin embargo, María disfruta convertirse nuevamente en la espectadora de un reality show en vivo y en directo de su propia hija. Hay ausencia de capacidad simbólica, sólo pasaje al acto sin mediar palabra.

Así, Sara crece sobreprotegida de los desafíos que presenta el mundo exterior (desde el fuerte ladrido de un perro, hasta el ACV de su abuelo, y un sinnúmero de escenas de violencia), por lo que le será difícil construir algún mecanismo propio para poder defenderse.

La niña tiene conciencia de la intervención que ha tenido, y al principio no la cuestiona. Incluso siente confianza y seguridad ante el constante monitoreo de su madre. Pero a medida que va creciendo, comienza a construirse como otro, diferenciado y diferente al Otro materno, y aumenta su curiosidad por aquello que no puede contemplar.

Su compañero de escuela, Trick, es el único que le quiere mostrar la realidad tal cual es, pero le es censurada por el chip. Refugiándose en el dibujo y la pintura, actividad que compartía con su abuelo, intenta representar escenas violentas, pero el chip sigue siendo un obstáculo. Decide entonces auto-lesionarse, infringirse dolor, para poder aunque sea sentir su sangre.

Este llamado de atención interpela a la madre acerca del uso del dispositivo y la lleva a hacer una consulta con un psicólogo. Éste intenta mostrarle a Sara imágenes que representen situaciones de violencia evidentes, pero la niña no logra reconocerlas, evidenciando así una distorsión de la realidad. El psicólogo entonces sugiere que si bien el dispositivo no puede quitarse, la madre “puede no mirar”. Dejarla crecer supone no mirar.

La confianza es un sentimiento que se construye sobre la base del no saber. La mirada que comenzó siendo protectora y atenta -aunque limitante y perturbadora- de esta madre sobre su hija, se torna obscena, intrusiva y vigilante en la adolescencia. María desactiva el filtro, y temporalmente renuncia al control absoluto (no sin dificultades).

Le devuelve el control de su propia vida a su hija. Sara se muestra preocupada, pero con unas pocas palabras alentadoras, acepta el desafío.

La niña crece y aprende a hacer frente a situaciones adversas de manera autónoma, y sin intervención de su mamá. A sus 15 años ya ha podido armar vínculos incluso con el perro que tanto la asustaba de chiquita, y experimenta el amor: se entrega al chico que con el mismo amor infantil le contaba la realidad sin filtro.

Sin embargo, al ocultar sus planes por una noche, la paranoia de su madre se dispara nuevamente. A medida que telefonea a los padres de las amigas de su hija, la preocupación va en aumento. Aterrorizada recurre al dispositivo que años atrás había abandonado, perdiendo así la confianza en su hija, y posicionándose nuevamente como espectadora mientras Sara pierde su virginidad o experimenta con algunas drogas. Al ingresar la tecnología nuevamente en sus vidas, la palabra desaparece. No hay lugar a la pregunta, al diálogo. No hace falta, la espía de todas maneras y se interpone en la relación de su hija con su pareja.

La situación estalla cuando Sara sin saberlo queda embarazada, y la madre -sosteniendo el discurso de la protección y la seguridad- le hace tomar sin que se dé cuenta una pastilla abortiva. Cuando una médica le explica la causa de sus vómitos, Sara reacciona y golpea a su madre en la cara con la Tablet. Su visión comienza a pixelarse, lo que le permite seguir golpeando a su madre. Los golpes son cada vez más fuertes, hasta que finalmente la pantalla se rompe, el filtro se desactiva, y Sara, se detiene y escapa, dejando a su madre inconsciente.

Cuando María logra tomar conciencia, inmediatamente toma la Tablet pero ya está rota. Baja las escaleras, sale a la calle desesperada, pero no encuentra a su hija. Sara escucha los gritos de desesperación de su mamá de fondo, pero sigue caminando.

Este se puede pensar como el segundo nacimiento para Sara, doloroso y traumático, pero finalmente uno en el que ella volverá a nacer libre y ¿lejos? de la influencia negativa de su madre.

 

Luján Aguilera Merlo

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